lunes, 28 de febrero de 2011

La Santidad en lo cotidiano


En nuestra época otras de las palabras poco escuchadas es “santidad”. Quizá algunos medios masivos la toman cuando se presenta un acontecimiento ligado a la religiosidad popular. Otras veces a los santos se los presenta como figuras que no se asemejan a los hombres y mujeres comunes. Se hace referencia más por sus aspectos extraordinarios que por haber vivido la santidad en la vida ordinaria. Lamentablemente algunas biografías ayudan a acentuar esta imagen distante de la santidad. El Papa Juan Pablo II en la carta “Novo Millenio Ineunte”, escrita al comenzar un nuevo milenio y siglo nos aclara sobre el tema: “Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable solo para algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno” (31).

En realidad la Iglesia nos propone estos modelos, para que nosotros veamos que la santidad es posible. Si es raro escuchar hablar de la santidad, puede ser más difícil entender que todos los hombres y mujeres, sobre todo los bautizados tenemos el llamado y la posibilidad de ser santos.
El Papa Juan Pablo II al escribir esa carta iniciando el siglo XXI nos decía que en la base de toda programación pastoral deberemos poner la santidad como primer objetivo aunque esto parezca poco práctico. Nosotros como Diócesis hemos realizado un camino de preparación hacia el año jubilar, nuestros cincuenta años de creación de la Diócesis, que lo hemos celebrado en 2007 con nuestro primer Sínodo Diocesano. Durante este tiempo estamos buscando caminos para asumir las conclusiones de dicho Sínodo, sintetizadas en el texto: “Orientaciones pastorales”. En la base de este camino que seguimos realizando está el tema de la conversión a Jesucristo y por lo tanto la necesidad de respaldar nuestra acción evangelizadora con la búsqueda de la santidad.
Este fin de semana desde el 18 al 20 de este mes realizamos un nuevo encuentro de “Pastoral de la Región NEA”, en Formosa. En ese encuentro más de 200 delegados de las diócesis del nordeste argentino, junto a los obispos de la región tomamos como tema central “la iniciación cristiana”, y el itinerario de la Fe. Juntos hemos iniciado una profundización en aquello que “Aparecida” nos pide de buscar caminos para ser realmente “discípulos y misioneros” de Jesucristo, el Señor, en América Latina en este inicio de siglo. El Espíritu Santo, que acompaña a su Iglesia, va ayudándonos a que con alegría renovemos nuestra fe y demos las respuestas que nuestro tiempo está necesitando.
El texto del Evangelio de este domingo (Mt. 13, 24-43), puede ayudarnos a comprender como en la sociedad, pero también en nuestro corazón conviven el trigo y la cizaña. El Apóstol San Pablo diría la lucha que se da entre el hombre viejo y el hombre nuevo. La cizaña gana espacio en una sociedad o ambiente, o bien, en las estructuras de pecado, cuando cada persona o ciudadano, se permite optar por el uso de cualquier medio malo para lograr un fin determinado. Desde el texto bíblico podemos decir que es allí cuando crece la cizaña. Por el contrario el tener ideales, el buscar la santidad, nos permiten que el trigo crezca y que nuestros ambientes y sociedad sean vivibles. Desde ya que esta búsqueda de la santidad es un llamado para todos los cristianos, para que cada uno viva a fondo su vocación y misión. Pero hay que subrayar que los laicos que son la mayoría del pueblo de Dios, tienen una especial responsabilidad en este tiempo de discipulado y misión porque a ellos les toca en sus ambientes, transformar las realidades temporales, ser instrumentos directos en la cotidianeidad de la evangelización y humanización de la cultura. Si creemos posible una sociedad y cultura más sana, donde crezca el trigo, deberemos disponernos a quitar la cizaña de nuestro corazón que tanto perjudica a los demás y nos sumergen en la oscuridad.

Mons. Juan Rubén Martínez

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