sábado, 2 de abril de 2011

Llevando el mundo a la Jornada Mundial de la Juventud


Jóvenes australianos cambiaron la vida de un peregrino Paraguayo
Historia presentada por Beth Doherty, de la Conferencia Episcopal Australiana.
Cuando en 2002 consideraba la posibilidad de asistir a la JMJ un amigo me dijo algo que nunca olvidaré.

“¿Por qué tantos jóvenes católicos gastan miles de dólares para asistir a la JMJ y celebrar su fe mientras tantos otros no pueden ni comer?”
No hay una respuesta fácil

De hecho, organizaciones de la Iglesia como Cáritas Australiana, Trabajadores Jóvenes Cristianos y San Vicente de Paúl se hicieron la misma pregunta al plantearse su participación en la JMJ Australia 2008.

Estas y otras muchas organizaciones llegaron a la conclusión de que podría ser una oportunidad para evangelizar y concienciar sobre la desigualdad.

Pero, como nada en este mundo, la JMJ no es perfecta. Muchos peregrinos, incluso encargados de grupo, jamás se plantearon estas cuestiones.

Aquellos que se hacen preguntas se enriquecen por ello

Durante los “Días en las Diócesis”, en Sídney 2008, conocí a Mario Palacios Estigarribia, un chico de 19 años nacido en “Bañado Sur”, uno de los suburbios de Asunción, Paraguay.
Mario tiene 7 hermanos y, al terminar el colegio, no tuvo oportunidad de seguir estudiando. En la zona de la que procede solo 1 de cada 10 tiene empleo, así que no se le presentaba un futuro muy prometedor.
A pesar de todo, Mario tenía una fe profunda y estaba involucrado en las catequesis para jóvenes de su barrio. Por eso, le ofrecieron la oportunidad de ser uno de los cuatro representantes de las escuelas jesuitas de Paraguay en Magis, en asistir en el programa de la Jornada de la Juventud Jesuita.
Sus tres acompañantes, Maria José, Nadia y Nancy, también eran alumnas de colegios jesuitas, pero todos procedían de distintas clases sociales. El sacerdote que les acompañaba los eligió precisamente para contar con miembros representativos de toda la sociedad paraguaya, de los más ricos a los más pobres.
“Mantuve el contacto con los paraguayos y Mario me confió que, si pudiese estudiar, le encantaría hacer periodismo. Mandé algunos mails a colegas y amigos y, en una semana, habíamos conseguido el dinero suficiente para que Mario se matriculase en periodismo durante seis meses.
Gracias a la JMJ, a mi experiencia con Mario y a otros que se enteraron de su historia, tiene un futuro y un puesto en la sociedad. Trabajará como periodista desafiando el status quo en su país. Sigue trabajando con los jóvenes de su barrio y colabora en un movimiento nuevo que ayuda a la gente de su comunidad a entender su situación y salir de ella”.
Solo uno de tantos.
Las JMJ no son unas vacaciones para gente de Paraguay, Haití, Sudán o Camboya. Es más bien una oportunidad para unir al mundo en una sola fe, la fe en Jesucristo.
Cuanto más trabajemos para conseguir fondos y consideremos el gran reto que supone el venir para países económicamente desprivilegiados, más nos concienciaremos del esfuerzo que hace la mayoría de la población mundial para sobrevivir. Si realmente es una Jornada Mundial de la Juventud, los peregrinos tendrán la oportunidad de conocer gente de todo el mundo pero, por desgracia, esto no siempre es así.
Participar en la JMJ es un privilegio. Para la mayoría del mundo supone un viaje prohibitivamente caro. Es irónico y triste que muchos críticos de la JMJ la llamen “Jornada de la Juventud Blanca o Jornada de la Juventud Occidental o Jornada de la Juventud del primer Mundo” simplemente porque es mucho más accesible para los que proceden de países económicamente desarrollados.
Los países más pobres no tienen la infraestructura necesaria para ser sede de una Jornada Mundial de la Juventud, aunque cuenten con muchos más católicos que países como España, Australia, Alemania o Canadá.
Quizás ayude a las persona que se plantean estas cuestiones pensar en el ejemplo de Jesucristo y los santos, que viajaron grandes distancias para proclamar el Evangelio.
Para algunos de nosotros el gran regalo podría ser quedarnos en casa y pagar los gastos de algún joven que quiera asistir y no tenga los medios. Para otros, participar y vivir la experiencia puede suponer un cambio en su mente y en su corazón y una apertura a la verdadera universalidad de la Iglesia Católica.

madrid11.com

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